24 oct 2009

HISTORIA DE UN HOMBRE Y UNA MUJER

Rosana Hernández Pasquier*


Un día un hombre caminaba por una de las calles de un pueblito de esos que se levanta a las márgenes del Orinoco. En el trayecto vio a una mujer muy hermosa, con una negra y exuberante cabellera. Al verla lo primero que sintió fue unas ganas casi irrefrenables sujetar la cintura de la dama. Los cabellos de ella negros y rizados le llegaban hasta las caderas y él tuvo que imaginar las formas que no estaban expuestas. Sin embargo la mujer sintió en su espalda el aguijoneo de la mirada y volteó para encontrarse con los ojos del observador. Entonces ella sacudió el cuerpo, apresuró el paso y caminó con ademanes y mañas femeninas.

El hombre comenzó a sudar. Un temblor extraño se apoderó de todo su cuerpo. Metió las manos en sus bolsillos para tratar de controlar el estremecimiento. Siguió despacio, pero sin perderla de vista.

Él caminaba haciéndose el desentendido para que ella no se percatara de que la seguía con desespero. Ella se paró frente a un jardín. El hombre trató de ir a otra parte. No sabía por qué, pero fue inútil. No pudo. La siguió como un sonámbulo mientras la mujer se tongoneaba más y más. Caminaron uno detrás del otro largo rato. Algo más de media hora, calculó el hombre y eso es mucho tiempo para dos desconocidos.

Ella se detuvo repentinamente. Esperó calmada a que él se acercara. Él, temblando como una hoja la miró fijamente a los ojos, con la mirada ardiendo de deseo y sintió unas ganas enormes de atravesar todo ese cuerpo con su miembro. Eran unas ganas muy superiores, casi indomables. Él la miró a los ojos otra vez. Tratando de evitar que ella notara la creciente que venía atropelladamente desbordando su cuerpo. Se quedó detenido en su mirada. Hizo el gesto de acercar su rostro y el olor a hembra que despedía la mujer le abofeteó la cara. A partir de allí no supo, no tuvo la menor idea de lo qué pudo suceder ni cómo pudo suceder.

Luego cuando el hombre abrió los ojos, o cuando tomó conciencia de abrirlos, vio una maraña de cabellos, pero al observar con detenimiento se dio cuenta que no era la misma de antes, la que venía siguiendo, o eso parecía.

Trató de identificar el lugar en donde se encontraba y no reconoció nada, absolutamente nada. Hacia donde miraba solo veía tonalidades rosa, por más que pensaba no lograba descifrar.

Pasó un poco más de tiempo, había recorrido todo circularmente y estaba confinado a un espacio que él no podía definir. Siguió observando y notó que era piel, sí, piel. Montones de piel le rodeaban, era carne rosada. Algo como un cuerpo enorme, tanto que se asustó mucho de la pura rareza.

Giró la vista nuevamente y vio una botella que era muy grande también. Él estaba muy desconcertado, aterrado, no comprendía nada. Trató de alcanzar la cima de la botella para ver mejor y cuando saltó, le pareció sentir un aleteo, o muy cerca o dentro de su cuerpo, sacudió la cabeza para sacar esos pensamientos absurdos. Luego saltó y alcanzo la cima del frasco. Ahora, desde esa nueva posición observó su entorno y todo le era ajeno. Su pensamiento no lograba concebir. Se esforzó, no entendía.

Miró nuevamente. Se percató que había un gran espejo frente a él. En el espejo se reflejaba completo el cuerpo de una mujer. Escrutó el azogue más allá de la pátina plateada. Sí, definitivamente era la misma mujer que él venía siguiendo. La sorpresa lo paralizó. No lo podía creer. Ella estaba totalmente desnuda y ahora era inmensa. Otra vez recorrió con los ojos desorbitados por el asombro todo el espejo. Notó que él no se reflejaba en ese espacio. Sintió terror. La mujer hizo un movimiento y fue cuando se dio cuenta que él estaba justo frente a otra cabellera, esa, aquella que no le pareció igual a la de la mujer y era cierto. Porque él estaba justo frente a la pelambre que cubría el pubis de la dama. La mujer notó que él la estaba mirando y abrió más las piernas. Lentamente se abrió más hasta quedar expuesta como una flor recién nacida. Él se olvidó de todo. Solo quiso poseerla, atravesarla nuevamente. Desbordado se abalanzó sobre ese cuerpo lleno de exhuberancia y tentación. En ese momento justo sintió que un aleteo muy claro y vigoroso lo elevó por el aire. Él se creyó loco. Volvió a observar el espejo. Él no estaba. Sacudió uno de sus brazos para ver si lograba determinar dónde podía estar su imagen, su cuerpo. Entonces miró el aleteo de un pájaro. Se sorprendió todavía más. Trató de hablar. No podía pronunciar palabra. Sacudió el otro brazo para cerciorarse y en el espejo el pájaro se movió. Entonces batió con fuerza sus dos extremidades y se vio volando sobre ese cuerpo deseado y terriblemente hermoso. La mujer comenzó a reír a carcajadas. Él supo o creyó que estaba completamente trastornado. No quiso saber más. Se concentró en la contemplación de ese cuerpo que le hacía perder la razón. Él sólo quería satisfacer esas enormes ganas de poseer, de atravesar esa vagina, ahora gigantesca.

En su recién descubierta o imaginada condición de pájaro voló para posarse en ese rectángulo sedoso. La mujer rió más y le dijo, no con palabras dichas por la boca. Con una comunicación de mente a mente. O así lo creyó él. Y con esa nueva forma de comunicación la mujer le dijo clarito –“¿Acaso no dijiste al verme, le quiero meter el pájaro a esta mujer y atravesarla toda? Bueno, ya eres pájaro, ven, inténtalo, a ver qué puedes hacer…” y la risa de la mujer se hizo tan fuerte que retumbaba.

El hombre, con ardor picoteaba ese espacio, pero ella parecía no sentir. Él perdió las ganas. Percibió en lo más íntimo de su ser que todo era muy lamentable. Muy triste. Ahora él era un pájaro con mente de hombre y eso lo hacía un inútil frente a la dama. Además sus infructuosos esfuerzos lo torturaban hasta desgarrarlo. Lloró amargamente y el llanto como un pequeño riachuelo fue borrando sus deseos y su desesperación.

Nunca supo cuanto tiempo pasó. Si fueron unos minutos, muchos días, tal vez meses o años. Tampoco supo cuándo ni cómo salió de esa condición. Sólo recuerda que un día en que tenía mucha sed fue como otras veces, a tomar agua de un recipiente. De pronto escuchó voces y gritos. Eran hombres y mujeres parados frente a él. Ellos golpeaban su cara y gritaban: -“Respira, respira, que te vas a ahogar” Entonces se vio de nuevo en su cuerpo de hombre.

Lo encontraron bocabajo en una charca, a punto de perder la vida. Indefenso y tembloroso. Se incorporó. Supo con inusitada alegría que nada era cierto, que nada había ocurrido. Gracias a Dios todo era un mal sueño.

El hombre echo andar con el dibujo indeleble de una sonrisa en el rostro. Caminaba despreocupado. Feliz. Miró al cielo complacido. Relajado metió las manos en los bolsillos de su pantalón. Sintió algo. Lo sacó para saber qué era. Con horror observó que eran dos plumas de pájaro. Las plumas eran del mismo color de las que tenía él en su cuerpo cuando fue ese animal, que creía no recordar, que picoteaba inútilmente el pubis gigante de una mujer inaccesible.




* Poeta, editora y publicista venezolana.

Imagen tomada de: http://lotofagosynenufares.blogspot.com/2009/05/fuente-cisne.html